martes, 30 de abril de 2019

La opacidad de las memorias

Quizá hay tantos libros de memorias como formas de vivir la vida, pero el factor común de las autobiografías puede ser la imposibilidad de narrar una vida con total transparencia. Ernesto Sabato comienza su libro de memorias –Antes del fin– con esta advertencia: «no esperen encontrar en este libro mis verdades más atroces; únicamente las encontrarán en mis ficciones», pero en sus ficciones es imposible separar lo que vivió de lo que imaginó. Rita Levi-Montalcini –Elogio de la imperfección– dice que prefiere recordar lo mejor de las personas que fueron parte de su vida, pero muestra un atisbo de la conflictiva relación que mantuvo con su padre, y el lector queda con la gana de conocer lo peor de él. Eduardo Galeano –Días y noches de amor y de guerra– es más audaz y cuenta cómo lo sedujo la idea del suicidio o de qué manera se vio arrastrado por el vendaval del deseo sexual, pero escribió sus memorias antes de los cuarenta años y prefirió no hablar de la siguiente mitad. En contraste, la transparencia de Bertrand Russell –Autobiografía– es asombrosa. Nos habla con claridad y en un tono íntimo de los secretos familiares, de los momentos de ira y los de profunda soledad, de sus enfermedades y su timidez, de su fervor místico y su miedo a enloquecer, de sus ideaciones suicidas y su éxito con las mujeres y con el público lector. Russell seguramente sabía que su inteligencia, energía y vigor moral eran inusualmente intensos, y que semejante combinación de virtudes daba lugar a una vida que merecía ser contada. Él tampoco lo cuenta todo, pero deber ser una de las vidas que mejor conocemos.

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