lunes, 26 de febrero de 2018

Primera vez

No vengo de un hogar de lectores. Mis padres y mis hermanos leyeron lo que les obligaron a leer en la escuela, y no mucho más. Yo también cumplí con las lecturas obligatorias de la escuela, pero ya de niño comencé a hojear libros por mi cuenta hasta que, ya en la edad adulta, empecé a leer compulsivamente.
Entre los pocos libros que había en casa antes de la costumbre que ahora tengo de gastarme la mitad de mis magros ingresos en libros, había uno de Bertrand Russell llamado Fundamentos de filosofía. Era un libro virgen, nadie le había puesto un dedo encima, que se fue deshojando a medida que lo leía. Hice mi mayor esfuerzo, pero era poca mi fuerza, y aunque con los años he vuelto a él con más vigor, sigo sin entender buena parte de lo que propone. Y sin embargo esa lectura me proporcionó más de una lección. Por ejemplo, recuerdo un capítulo sobre ética en el que Russell asegura que en realidad la ética no pertenece al campo de la filosofía, pero que sería largo probarlo, y es mejor –dice– aprovechar el espacio hablando de ética. Termina el capítulo con esta sentencia: «la buena vida es la vida inspirada por el amor y guiada por el conocimiento», que explora con más detalle en el brevísimo libro llamado What I Believe.
La foto es mía
Una década después de ese primer encuentro con Russell he leído ya cerca de veinte libros suyos, más de 5000 páginas. Voy a decir un par de cosas de los que más he releído: su Autobiografía me conmueve especialmente porque revela el sufrimiento y el desorden de una vida que en su faceta pública luce más bien alegre y seria; Caminos de libertad, que contiene la utopía más bella que conozco; Historia de la filosofía occidental, que exhibe su abrumadora erudición; El poder, que se propone determinar las leyes que rigen la sociedad; Ensayos escépticos, que recopila textos breves que sintetizan sus ideas, como uno sobre la diferencia entre las concepciones de la felicidad en oriente y occidente, y otro sobre la influencia de la escuela de Bentham en las reformas que mejoraron la sociedad inglesa en el XIX.

domingo, 18 de febrero de 2018

Optimismo y pesimismo


Imagen tomada de https://bit.ly/2VS8iLz
La Autobiografía de Russell es un libro honesto. Russell confiesa casi todo lo que le ocurrió en ese vaivén que fue su larga vida. Nos cuenta, por ejemplo, que hasta el día que enfermó gravemente, cuando estaba de viaje por China con su compañera Dora (1921), creyó ser un hombre pesimista que no valoraba el estar vivo:

Estar tumbado en la cama y sentir que no iba a morir era una deliciosa sorpresa. Hasta ese día, siempre había creído ser fundamentalmente pesimista, y no valoraba el estar vivo. Entonces descubrí que respecto a esto me había equivocado por completo y que la vida me resultaba infinitamente dulce. En Pekín casi nunca llueve, pero durante mi convalecencia cayeron intensas lluvias que producían un delicioso aroma a tierra húmeda que llegaba a través de las ventanas; esto me hizo pensar lo horroroso que sería no volver a sentir aquel olor nunca más. Lo mismo me ocurría con la luz del sol y el sonido del viento. Junto a mi ventana había unas acacias muy bonitas que florecieron justo en el momento en que yo fui capaz de disfrutarlo. Desde entonces he sabido que en el fondo me alegro de estar vivo. Sin duda, la mayoría de la gente lo ha sabido siempre, pero yo no.

En otra obra (Historia de la filosofía occidental), Russell asegura que ser pesimista u optimista es una cuestión de temperamento, no de razón:

Desde un punto de vista científico, tanto el pesimismo como el optimismo son objetables: el optimismo supone, o intenta probar, que el Universo existe para darnos placer, y el pesimismo afirma que existe para producirnos daño. Científicamente, no hay ninguna prueba de que tenga una intención ni la otra. La creencia en el pesimismo o en el optimismo es una cuestión de temperamento, no de razón, pero el temperamento optimista ha sido mucho más corriente en los filósofos occidentales.