miércoles, 14 de marzo de 2018

El acoso, la insatisfacción y la moral sexuales

Ahora que hay una ola de mujeres que denuncian el acoso sexual por parte de hombres, ahora que se descubren casos de acoso sexual en el seno de nobles organizaciones humanitarias, no puedo dejar de pensar que esos abusos los cometen, sobre todo, hombres sexualmente insatisfechos.
Las medidas que pretenden prevenir el acoso sexual hablan de la necesidad de aprobar leyes que castiguen al acosador y de hacer campañas que promuevan el respeto a la mujer. Creo que obtendríamos mejores resultados si además nos preocupáramos por reducir la cantidad de hombres (y mujeres) sexualmente frustrados.
Bertrand Russell estudió la moralidad sexual en su libro Matrimonio y moral. Se dice que gracias a él ganó el nobel de literatura en 1950, y fue por él que fanáticos religiosos de Estados Unidos lo acusaron de «inmoral».
Russell supone que los hombres y las mujeres, si no se cohíben, son polígamos. Cita evidencia antropológica de sociedades remotas en las que hombres y mujeres muestran costumbres sexuales relajadas. La tradición occidental de la monogamia (con eventuales infidelidades por parte sobre de todo del hombre), es posible gracias a la cárcel mental en la que se encierra el deseo sexual, sobre todo de la mujer. Un estado de cosas en el que la religión cristiana ha jugado un papel determinante, y que ha ocasionado una cantidad indescriptible de sufrimiento. La cuestión es cómo liberar el deseo y crear una tradición sexual compatible con la organización de la sociedad industrial moderna. La respuesta de Russell es que hombres y  mujeres deben gozar de la mayor libertad sexual posible. El estado debe entrometerse solamente cuando una pareja tiene hijos: el divorcio no puede ser fácil cuando la prioridad es la crianza de los hijos. Un matrimonio así formado debería ser capaz de soportar eventuales infidelidades tanto de la madre como del padre.
Como vemos, Russell no «promueve la inmoralidad», sino que propone una nueva moral, más razonable y feliz que la tradicional:

Si el matrimonio ha de continuar, su estabilidad importa por interés de los hijos; pero la estabilidad ha de buscarse distinguiendo entre el matrimonio y las relaciones meramente sexuales, y ensalzando el aspecto biológico del amor conyugal, opuesto a su aspecto romántico. No pretendo que el matrimonio pueda quedar libre de obligaciones onerosas. En el sistema que recomiendo los hombres quedan libres, es verdad, del deber de la fidelidad sexual; pero, en cambio, adquieren el deber de dominar los celos. La vida no puede vivirse bien sin dominio de sí mismo; pero vale más reprimir una emoción restrictiva y hostil como los celos que no una emoción generosa y expansiva como el amor. El error de la moralidad convencional no consiste en exigir que el individuo se domine, sino en exigirlo en mal lugar.

En su Autobiografía Russell hace breves comentarios de algunos de sus libros. Del libro que nos ocupa dice que tal vez el divorcio fácil no es una mala idea:

En 1929 publiqué Matrimonio y moral, que dicté mientras me recuperaba de una tos ferina. […] De este libro se sacó la mayor parte del material utilizado para atacarme en 1940, en Nueva York. En él desarrollé la idea de que en la mayoría de los matrimonios no se podía esperar una fidelidad total, y que un marido y una mujer debían ser capaces de seguir siendo amigos a pesar de las aventuras amorosas. Sin embargo, yo nunca dije que fuese oportuno que en un matrimonio la mujer tuviera uno o más hijos con otro hombre que no fuese su marido; en ese caso, creía que era conveniente divorciarse. Ahora, ya no sé lo que pienso respecto al matrimonio. Cada teoría general sobre el tema parece tropezar con objeciones insalvables. Quizás el divorcio fácil cause menos infelicidad que cualquier otro sistema, pero ya no me siento capaz de ser dogmático respecto a asuntos de matrimonio.

miércoles, 7 de marzo de 2018

La propiedad privada y el impulso creativo

Cuando comencé a interesarme por los asuntos políticos o históricos, a los veinte años, pensé enseguida que era necesario acabar de una vez y para siempre con la propiedad privada. No sé de dónde viene esa convicción. Por temperamento me siento afín a los cambios radicales, pero el tiempo me ha enseñado que lo razonable es apostar por ese tipo de cambios cuando las circunstancias son propicias, y la verdad es que casi nunca lo son. Pero aún si las circunstancias hubieran sido las propicias, no habría sabido cómo justificar la idea de eliminar la propiedad privada. Solo tenía un deseo, el deseo de volver justa una sociedad brutalmente desigual, y eliminar la propiedad parecía un modo seguro de eliminar la posibilidad de que algunos individuos se enriquezcan.
Un discurso de Manuel Isidoro Belzu, el gobernante boliviano de mediados del XVIII que tuvo un trágico final, expone con elocuencia ese sentimiento:

Ha sonado ya la hora de pedir a la aristocracia sus títulos y a la propiedad privada sus fundamentos... La propiedad privada es la fuente principal de la mayor parte de los delitos y crímenes en Bolivia, es la causa de la lucha permanente entre los bolivianos, es el principio dominante de aquel egoísmo eternamente condenado por la moral universal. ¡No más propiedad, no más propietarios, no más herencias! ¡Abajo aristocracias! ¡La tierra sea para todos! ¡Basta de explotación del hombre por el hombre!*

La obra de Bertrand Russell es impactante por estar llena de párrafos lúcidos que resuelven asuntos que antes de leerlos parecían insolubles. Ideas intuitivas más bien vagas que uno arrastra, adquieren de golpe claridad –a la vez que se complejizan– gracias al estilo racional y elocuente de Russell. En su libro Principles of Social Reconstruction (que se tituló en Estados Unidos Why Men Fight sin su consentimiento), encontré la justificación racional de mi aversión intuitiva a la propiedad privada. Russell distingue «cuatro fuentes principales de derechos legales reconocidos a la propiedad privada: (1) el derecho de la persona a lo que ha hecho por sí mismo; (2) el derecho a los intereses de un capital prestado; (3) la propiedad de la tierra; (4) la herencia»**. La primera forma, dar a un trabajador lo que hace por sí mismo, no es justa porque «no hay especial justicia […] en asignar a cada persona lo que produce por sí misma. Algunos personas son más fuertes, saludables e inteligentes que otras, pero no hay razón para incrementar estas injusticias naturales con las artificiales de la ley.». La segunda forma, el interés que genera un capital, es injusta porque «el poder de prestar dinero da tal riqueza e influencia a los capitalistas privados que, a menos que esté estrictamente controlado, no es compatible con ninguna libertad real para el resto de la población.». Hacia el terrateniente Russell muestra una aversión similar a la de Belzu: «La propiedad privada de la tierra no tiene sino una justificación histórica a través del poder de la espada. […] Si las personas fuesen razonables, decretarían que cese mañana mismo, sin otra compensación que un moderado ingreso para vivir para los dueños de la tierra.». Por último, de la herencia, dice Russell que «ni el derecho de disponer la propiedad a voluntad ni el derecho de los hijos a heredar de sus padres tienen ningún sustento fuera de los instintos de posesión y el orgullo familiar.».
La foto es mía
De esta manera mi aversión hacia la propiedad privada –que como vemos es mucho más variada de lo que uno supone–, queda plenamente justificada. Pero Russell no se detiene en este punto. Continúa la discusión sobre la propiedad hasta hallar un modelo superior al vigente, y superior también a la idea socialista de entregar la propiedad privada de la tierra y el capital al estado. Un sistema cooperativo y sindicalista, dice, permitiría liberar la energía creadora:

Es sorprendente que, mientras hombres y mujeres han luchado para alcanzar la democracia política, muy poco se ha hecho para introducir la democracia en la industria. Veo incalculables beneficios en la democracia industrial, ya sea en el modelo cooperativo o con el reconocimiento de un oficio o industria como unidad para propósitos de gobierno, con algún tipo de autonomía tal como el sindicalismo reclama. […] Con un sistema de este tipo muchas personas podrían volver a sentir de nuevo orgullo de su trabajo, y encontrar una salida para el impulso creativo que es hoy negado para todos salvo unos pocos afortunados. Tal sistema requiere la abolición del terrateniente y la restricción del capitalista, pero no la igualdad de salarios. Y a diferencia del socialismo, no es un sistema estático o finiquitado, es apenas un marco de referencia para la energía y la iniciativa. Creo que es solo por algún método de este tipo que el libre crecimiento del individuo puede reconciliarse con las enormes organizaciones técnicas que el industrialismo ha hecho necesarias.

*Cita extraída del segundo tomo de Memoria del fuego, de Eduardo Galeano.
**La traducción de esta y las siguientes citas es mía.