Ahora que hay una ola de mujeres que
denuncian el acoso sexual por parte de hombres, ahora que se descubren casos de
acoso sexual en el seno de nobles organizaciones humanitarias, no puedo dejar
de pensar que esos abusos los cometen, sobre todo, hombres sexualmente
insatisfechos.
Las medidas que pretenden
prevenir el acoso sexual hablan de la necesidad de aprobar leyes que castiguen
al acosador y de hacer campañas que promuevan el respeto a la mujer. Creo que
obtendríamos mejores resultados si además nos preocupáramos por reducir la
cantidad de hombres (y mujeres) sexualmente frustrados.
Bertrand Russell estudió
la moralidad sexual en su libro Matrimonio
y moral. Se dice que gracias a él ganó el nobel de literatura en 1950, y
fue por él que fanáticos religiosos de Estados Unidos lo acusaron de «inmoral».
Russell supone que los
hombres y las mujeres, si no se cohíben, son polígamos. Cita evidencia
antropológica de sociedades remotas en las que hombres y mujeres muestran
costumbres sexuales relajadas. La tradición occidental de la monogamia (con
eventuales infidelidades por parte sobre de todo del hombre), es posible
gracias a la cárcel mental en la que se encierra el deseo sexual, sobre todo de
la mujer. Un estado de cosas en el que la religión cristiana ha jugado un papel
determinante, y que ha ocasionado una cantidad indescriptible de sufrimiento.
La cuestión es cómo liberar el deseo y crear una tradición sexual compatible
con la organización de la sociedad industrial moderna. La respuesta de Russell
es que hombres y mujeres deben gozar de la mayor libertad sexual
posible. El estado debe entrometerse solamente cuando una pareja tiene hijos:
el divorcio no puede ser fácil cuando la prioridad es la crianza de los hijos.
Un matrimonio así formado debería ser capaz de soportar eventuales
infidelidades tanto de la madre como del padre.
Como vemos, Russell no
«promueve la inmoralidad», sino que propone una nueva moral, más razonable y
feliz que la tradicional:
Si
el matrimonio ha de continuar, su estabilidad importa por interés de los hijos;
pero la estabilidad ha de buscarse distinguiendo entre el matrimonio y las
relaciones meramente sexuales, y ensalzando el aspecto biológico del amor
conyugal, opuesto a su aspecto romántico. No pretendo que el matrimonio pueda
quedar libre de obligaciones onerosas. En el sistema que recomiendo los hombres
quedan libres, es verdad, del deber de la fidelidad sexual; pero, en cambio,
adquieren el deber de dominar los celos. La vida no puede vivirse bien sin
dominio de sí mismo; pero vale más reprimir una emoción restrictiva y hostil
como los celos que no una emoción generosa y expansiva como el amor. El error
de la moralidad convencional no consiste en exigir que el individuo se domine,
sino en exigirlo en mal lugar.
En su Autobiografía Russell hace breves
comentarios de algunos de sus libros. Del libro que nos ocupa dice que tal vez
el divorcio fácil no es una mala idea:
En
1929 publiqué Matrimonio y moral,
que dicté mientras me recuperaba de una tos ferina. […] De este libro se sacó
la mayor parte del material utilizado para atacarme en 1940, en Nueva York. En
él desarrollé la idea de que en la mayoría de los matrimonios no se podía
esperar una fidelidad total, y que un marido y una mujer debían ser capaces de
seguir siendo amigos a pesar de las aventuras amorosas. Sin embargo, yo nunca
dije que fuese oportuno que en un matrimonio la mujer tuviera uno o más hijos
con otro hombre que no fuese su marido; en ese caso, creía que era conveniente
divorciarse. Ahora, ya no sé lo que pienso respecto al matrimonio. Cada teoría
general sobre el tema parece tropezar con objeciones insalvables. Quizás el
divorcio fácil cause menos infelicidad que cualquier otro sistema, pero ya no
me siento capaz de ser dogmático respecto a asuntos de matrimonio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario