Cuando comencé a interesarme por los
asuntos políticos o históricos, a los veinte años, pensé enseguida que era
necesario acabar de una vez y para siempre con la propiedad privada. No sé de
dónde viene esa convicción. Por temperamento me siento afín a los cambios
radicales, pero el tiempo me ha enseñado que lo razonable es apostar por ese
tipo de cambios cuando las circunstancias son propicias, y la verdad es que
casi nunca lo son. Pero aún si las circunstancias hubieran sido las propicias,
no habría sabido cómo justificar la idea de eliminar la propiedad privada. Solo
tenía un deseo, el deseo de volver justa una sociedad brutalmente desigual, y
eliminar la propiedad parecía un modo seguro de eliminar la posibilidad de que
algunos individuos se enriquezcan.
Un discurso de Manuel
Isidoro Belzu, el gobernante boliviano de mediados del XVIII que tuvo un
trágico final, expone con elocuencia ese sentimiento:
Ha
sonado ya la hora de pedir a la aristocracia sus títulos y a la propiedad
privada sus fundamentos... La propiedad privada es la fuente principal de la
mayor parte de los delitos y crímenes en Bolivia, es la causa de la lucha
permanente entre los bolivianos, es el principio dominante de aquel egoísmo
eternamente condenado por la moral universal. ¡No más propiedad, no más
propietarios, no más herencias! ¡Abajo aristocracias! ¡La tierra sea para
todos! ¡Basta de explotación del hombre por el hombre!*
La obra de Bertrand
Russell es impactante por estar llena de párrafos lúcidos que resuelven asuntos
que antes de leerlos parecían insolubles. Ideas intuitivas más bien vagas que
uno arrastra, adquieren de golpe claridad –a la vez que se complejizan– gracias
al estilo racional y elocuente de Russell. En su libro Principles of Social Reconstruction (que
se tituló en Estados Unidos Why Men
Fight sin su consentimiento), encontré la justificación racional de mi
aversión intuitiva a la propiedad privada. Russell distingue «cuatro fuentes
principales de derechos legales reconocidos a la propiedad privada: (1) el
derecho de la persona a lo que ha hecho por sí mismo; (2) el derecho a los
intereses de un capital prestado; (3) la propiedad de la tierra; (4) la
herencia»**. La primera forma, dar a un trabajador lo que hace por sí mismo, no
es justa porque «no hay especial justicia […] en asignar a cada persona lo que
produce por sí misma. Algunos personas son más fuertes, saludables e
inteligentes que otras, pero no hay razón para incrementar estas injusticias
naturales con las artificiales de la ley.». La segunda forma, el interés que
genera un capital, es injusta porque «el poder de prestar dinero da tal riqueza
e influencia a los capitalistas privados que, a menos que esté estrictamente
controlado, no es compatible con ninguna libertad real para el resto de la
población.». Hacia el terrateniente Russell muestra una aversión similar a la
de Belzu: «La propiedad privada de la tierra no tiene sino una justificación
histórica a través del poder de la espada. […] Si las personas fuesen
razonables, decretarían que cese mañana mismo, sin otra compensación que un
moderado ingreso para vivir para los dueños de la tierra.». Por último, de la
herencia, dice Russell que «ni el derecho de disponer la propiedad a voluntad
ni el derecho de los hijos a heredar de sus padres tienen ningún sustento fuera
de los instintos de posesión y el orgullo familiar.».
La foto es mía
De esta manera mi
aversión hacia la propiedad privada –que como vemos es mucho más variada de lo
que uno supone–, queda plenamente justificada. Pero Russell no se detiene en
este punto. Continúa la discusión sobre la propiedad hasta hallar un modelo
superior al vigente, y superior también a la idea socialista de entregar la
propiedad privada de la tierra y el capital al estado. Un sistema cooperativo y
sindicalista, dice, permitiría liberar la energía creadora:
Es
sorprendente que, mientras hombres y mujeres han luchado para alcanzar la
democracia política, muy poco se ha hecho para introducir la democracia en la
industria. Veo incalculables beneficios en la democracia industrial, ya sea en
el modelo cooperativo o con el reconocimiento de un oficio o industria como
unidad para propósitos de gobierno, con algún tipo de autonomía tal como el
sindicalismo reclama. […] Con un sistema de este tipo muchas personas podrían
volver a sentir de nuevo orgullo de su trabajo, y encontrar una salida para el
impulso creativo que es hoy negado para todos salvo unos pocos afortunados. Tal
sistema requiere la abolición del terrateniente y la restricción del
capitalista, pero no la igualdad de salarios. Y a diferencia del socialismo, no
es un sistema estático o finiquitado, es apenas un marco de referencia para la
energía y la iniciativa. Creo que es solo por algún método de este tipo que el
libre crecimiento del individuo puede reconciliarse con las enormes
organizaciones técnicas que el industrialismo ha hecho necesarias.
*Cita extraída del segundo tomo de Memoria del fuego, de Eduardo Galeano.
**La traducción de esta y las siguientes
citas es mía.
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