Imagen tomada de https://bit.ly/2VS8iLz
La Autobiografía de Russell es un libro honesto. Russell confiesa
casi todo lo que le ocurrió en ese vaivén que fue su larga vida. Nos cuenta,
por ejemplo, que hasta el día que enfermó gravemente, cuando estaba de viaje
por China con su compañera Dora (1921), creyó ser un hombre pesimista que no valoraba el estar vivo:
Estar
tumbado en la cama y sentir que no iba a morir era una deliciosa sorpresa.
Hasta ese día, siempre había creído ser fundamentalmente pesimista, y no
valoraba el estar vivo. Entonces descubrí que respecto a esto me había
equivocado por completo y que la vida me resultaba infinitamente dulce. En
Pekín casi nunca llueve, pero durante mi convalecencia cayeron intensas lluvias
que producían un delicioso aroma a tierra húmeda que llegaba a través de las
ventanas; esto me hizo pensar lo horroroso que sería no volver a sentir aquel
olor nunca más. Lo mismo me ocurría con la luz del sol y el sonido del viento.
Junto a mi ventana había unas acacias muy bonitas que florecieron justo en el
momento en que yo fui capaz de disfrutarlo. Desde entonces he sabido que en el
fondo me alegro de estar vivo. Sin duda, la mayoría de la gente lo ha sabido
siempre, pero yo no.
En otra obra (Historia de la filosofía occidental), Russell asegura que ser
pesimista u optimista es una cuestión
de temperamento, no de razón:
Desde
un punto de vista científico, tanto el pesimismo como el optimismo son
objetables: el optimismo supone, o intenta probar, que el Universo existe para
darnos placer, y el pesimismo afirma que existe para producirnos daño.
Científicamente, no hay ninguna prueba de que tenga una intención ni la otra.
La creencia en el pesimismo o en el optimismo es una cuestión de temperamento,
no de razón, pero el temperamento optimista ha sido mucho más corriente en los
filósofos occidentales.
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